En el ámbito de la violencia machista, últimamente se suele utilizar la palabra superviviente en lugar de víctima para referirse a las personas que han sobrevivido a una experiencia de violencia, como una forma de reconocer, reparar y empoderar a las personas supervivientes de abuso. Con la expresión «de víctima a superviviente» se pone el acento en el proceso, para evitar esencializar la categoría de víctima y poner de relieve su proactividad y la capacidad de resiliencia para cambiar su condición.
Pero también existen perspectivas que critican una visión excesivamente optimista e individualista que implica algunos usos del término, en la medida en que se niega la condición de víctima a la superviviente y se le exige recuperarse del trauma, en lugar de aceptar la debilidad y vulnerabilidad que puede y tiene derecho a sentir. Se denuncia que en el sistema capitalista se considera el victimismo como una condición que hay que superar en poco tiempo; no es opcional, sino que es un proceso obligatorio que pasa por la voluntad de «cambiar la mentalidad de víctima». De este modo, el fracaso de completar con éxito esta transformación se traduce en una culpabilización de las víctimas (sobre todo de las que no han sobrevivido, a las que se les retrae no haber luchado lo suficiente, o no con suficiente eficacia) o supervivientes, que desde una perspectiva individualista las hace responsables de causar su propio sufrimiento, como si fuera una elección posible de la persona y como si la mentalidad fuera la única barrera para que las víctimas dejen de serlo.